viernes, 4 de julio de 2008

SOY OFELIA MORENO VIUDA DE GALLARDO


Me llamo Ofelia Moreno, tengo 82 años.

Desde el año 1980 llegué a vivir a un lugar rural de Renca -hoy ya casi no queda nada de rural; este fue un cambio muy fuerte en mi vida, por las condiciones económicas y emocionales que tuve que enfrentar.

Me crié en el barrio del sector Brasil; me casé muy joven con Alberto Gallardo; de ésta unión nacieron cuatro hijos. En el mes de Noviembre de 1975 cambió mi vida radicalmente, como a continuación les paso a narrar. El 18 de noviembre de 1975, encontrándome en reunión del colegio como apoderado de mi nieta Viviana, llegó mi marido para avisarme que debía retirarme porque en casa había problemas; cuando salí del establecimiento me doy cuenta que iban dos personas siguiéndonos quienes nos hicieron subir a un auto -cosa que me sorprendió mucho porque el colegio quedaba a cuadra y media de mi domicilio; cuando iba a entrar a mi hogar me detienen otros hombres, que me mostraban unas fotos familiares que yo tenía guardadas y me di cuenta que habían hurgado entre mis cosas más personales de donde escogieron las fotos. A la vez preguntaban cuál de ellos era mi hijo Roberto; la misma pregunta le hicieron a mi esposo y a mi otro hijo: Guillermo y su niñita (Viviana); como Roberto no aparecía en ninguna de esas fotos, se molestaron y comentaban en voz alta “allá van a hablar”. Enseguida nos hicieron subir al vehículo que usaban, llevándonos al Cuartel Central de Investigaciones; allí fuimos separados en el pasillo; interrogados por separado; a mí me interrogó un funcionario que llevaba una ametralladora en la mano -según decía, estaba dispuesto a todo y por lo tanto –me conminaba- debía contestarle con la verdad a sus preguntas; entre otras preguntas que me hizo, recuerdo, que preguntó por el color político que tenían. Yo le pregunté ¿qué hizo Roberto; porqué lo buscan…? El funcionario se negó a contestarme, diciéndome: “Yo, hago las preguntas”.

Para aclarar un poco más debo decir que Roberto, para el año ‘73, necesitando para un trabajo, su licencia del servicio militar cumplido, se presentó a solicitarla y fue obligado a integrarse a hacerlo, porque no se le reconocieron los trámites que había hecho en su momento; ya que, para entonces, radicábamos en el extranjero. Todos creímos, que esta situación estaba solucionada, desde Argentina –lugar donde vivimos por 14 años, donde realizó trámites, por 3 años, ante las autoridades pertinentes.

Mi familia en el momento de éstos desagradables hechos estaba compuesta por:
Alberto Gallardo, mi esposo, 63 años; profesión Tornero Mecánico.
Guillermo Gallardo, mi hijo mayor, 32 años. Limitado por enfermedad, y su hija, Viviana, 9 años de edad.
Catalina Gallardo, hija. 29 años. Profesión: Secretaria Ejecutiva de Manpower. Casada con Rolando Rodríguez Cordero. 29 años. Empleado de Correos y Telégrafos. Juntos tuvieron un hijo: Alberto, 6 meses de edad.
Roberto Gallardo, hijo. 26 años. Empleado Particular. Casado con Mónica Pacheco Sánchez –embarazada de 3 meses. 26 años. Profesora básica de Idioma en una escuela de Quilicura.
Isabel Gallardo, hija menor. 18 años. Estudiante nocturna, 1 hijo.

Las dos parejas participaban en la Juventud Obrera Católica donde se conocieron y se casaron poco después, casi en la misma fecha, ambas parejas.
Mónica perdió a su primer hijo, estando con 8 meses de embarazo, producto de la inseguridad que se vivía, en esos meses posteriores al golpe de estado, ya que Roberto estaba haciendo el Servicio Militar Obligatorio.
Todos estábamos muy preocupados con el momento político que se estaba viviendo, me refiero al año 1973.

En Investigaciones…

Vi llegar a Investigaciones a casi toda mi familia, menos a Roberto. En ese lugar Catalina me pasó su guagüita a la que estaba amamantando; en un momento nos juntaron en una dependencia a mi hija Isabel, a Guillermo y su hijita y a mi nieto de 6 meses. Nos llevaron allí los funcionarios que estaban de turno. Como no veía a mi marido pregunté dónde estaba; uno de los guardias mentirosamente me contestó que “lo habían dejado irse a su domicilio”. Esto me tranquilizó porque él no estaba bien de salud.

Por segunda vez nos trasladaron de lugar –a los mismos que nombre antes- nos llevaban a donde tenían a la gente detenida en horas de toque de queda. En esos momentos, por el pasillo ví a mi nuera Mónica vuelta para la pared; llorando, también vi el abrigo verde –que yo misma arreglé- de mi hija Caty, en el suelo, cerca de ella.
No quiero recordar esa noche tan negra y angustiosa.

En la madrugada sentimos llamar a mi esposo; había estado en un calabozo, todo el tiempo; nosotros y él nos sorprendimos mucho, recuerdo que dijo “¿Cómo, todavía están aquí?. Esa fue la última vez que lo vimos con vida. En el lugar donde nos tenían se sentía el llanto de mi hija y de Mónica; a mi nieto lo tuvimos toda la noche sin alimento ni pañales para cambiarle; no se nos permitió –a pesar que yo pedí- que me nos dieran la atención que necesitaba la guagüa. Llegó la mañana; como a las nueve nos trasladaron al lugar por donde habíamos llegamos; allí nos esperaba el que me interrogó -después me enteré que se llama Ernesto Baeza Michelsen, en ese tiempo director de investigaciones y muy ligado a Villa Grimaldi. Recuerdo que dijo: “Quedan uds. en libertad –señalando con el dedo-. Sepa Ud. sra. que su hijo (Roberto) hace dos días que está muerto, y al resto de su familia vaya a reclamarla a la DINA”. Nos quedamos espantados con esta noticia. Atinamos sólo a salir llorando, afirmándonos unos a otros. Tomamos un taxi; fuimos a casa de mi hija Isabel -que vivía en Almirante Barroso, para retirar el bolso del niño de Caty y luego nos fuimos a mi hogar con la ilusión de encontrar allá a los que faltaban; no había nadie, nos preparamos una leche de desayuno; luego yo me quedé con los dos niños. Isabel y Guillermo salieron a buscar información de qué se podía hacer por ellos; les aconsejaron que informaran lo ocurrido en el Comité Por la Paz. Así lo hicieron; Allí se les indicó que fueran a la morgue para confirmar la muerte de Roberto; también se les indicó que era necesario hacer un recurso de amparo por los demás integrantes de la familia para confirmar los arrestos.

No se pudo confirmar nada y los recursos no sirvieron tampoco. Esa tarde como a las seis, dieron un avance noticioso; allí se informaba de un enfrentamiento en Rinconada de Maipú, donde unos extremistas fueron abatidos y nombraban al resto de mi familia que faltaba; diciendo que se enfrentaron con organismos de seguridad; mostrando un lugar por la TV que ya era conocido porque había sido mostrado en otras ocasiones. Yo no creí tal noticia porque lo vivido desde la tarde anterior fue muy distinto; pensé que era una falsedad, para que Roberto apareciera; quedando con la preocupación de saber cual sería su falta. Transcurridos los días sin saber de ellos; los buscamos; fuimos a tribunales de justicia donde en lugar de explicación nos corrían con amenazas. Gracias a las gestiones hechas por la Sra. abogada Fabiola Letelier, quien andaba en busca de detenidos desaparecidos en la morgue, por casualidad, los encontró a ellos y exigió la entrega de sus cuerpos. El 11 de Diciembre llegaron a mi domicilio para avisarme que los
entregaban, para sepultarlos de inmediato en el Cementerio General; en urnas selladas; solamente se podían reconocer sus rostros; tarea difícil por lo desfigurados que quedaron. Eran los cuerpos de mi hijo Roberto, su esposa Mónica con un embarazo de 3 meses; mi hija Catalina y su papá Alberto Gallardo.

No sé cuanto tiempo pasó, llegaron otra vez a mi hogar cuatro jóvenes de civil armados. En esa ocasión revisaron nuevamente mi hogar y me llevaron sin rumbo; pero los hombres en el trayecto me hicieron acompañarlos primero a la casa de mi hija Isabel; ella no estaba; le revisaron todo; se llevaron varios libros; según ellos estaba prohibido tenerlos; me subieron a una camioneta y me cubrieron la vista. No sé el tiempo, cuando llegamos a un lugar, me ayudaron a bajar, me llevaron a una pieza; un hombre me interrogó; yo relaté lo que viví con mi familia; la distorsión de los medios de comunicación; preguntó por mi yerno Rolando y por otra persona; en esa ocasión me hicieron escuchar la voz de Roberto –grabada en casset- desafiándolos; pedía que lo mataran; que no lo siguieran maltratando.
Después de no sé cuánto tiempo que estuve con ese hombre, me dijo: “Sra., a su casa llegaron unos patos malos que embarraron a su familia”. Me preguntó por una persona. No lo conozco, le dije. Y me dijo que si lo veía que lo hiciera saber. Yo pregunté a donde, y me dijo a cualquier comisaría. -Lejos estaba yo de delatar a nadie; pero quise saber en qué lugar estaba. También les dijo a los agentes que estaban presentes que me devolvieran, dejándome por el camino… estos se hicieron los buenitos y me llevaron hasta mi domicilio, donde me destaparon la vista.
Pasado algún tiempo, me enteré por testigos que a mi familia los tuvieron detenidos en Villa Grimaldi; fueron vistos por otros detenidos tanto estando con vida y como también muertos; después de torturados, tirados en un patio.

Once meses después de estos hechos, fue baleado, a las 8 de la noche, mi yerno Rolando y un joven llamado Mauricio. Esto ocurrió en Macul con Los Plátanos, según las noticias por negarse a mostrar su identificación; de esto me caben serias dudas por las mentirosas versiones que publicaron los medios en la ocasión anterior.

En el año 1978, se formó la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, de la que formé parte. Eramos un montón de mujeres sufriendo y buscando nuevas alternativas; para continuar nuestra búsqueda de justicia; de los medios
de sobrevivencia; el apoyo y el poder compartir solidariamente. Todos éramos víctimas del abuso de poder de la dictadura de Pinochet.
Los casos nuevos de abusos y crímenes se sucedían a diario. Nuestro quehacer fue muy duro; acompañando, denunciando situaciones dolorosas, haciendo recordatorios de las víctimas, ayunos, testimonios. De esa manera mi caso ha sido conocido en varias partes del mundo.

En el caso de mi familia, aquí en Santiago se ha presentado una querella criminal pero no hay justicia; siguen mintiendo; en un careo que me hicieron tener con Baeza Michelsen, él negó en mi cara lo que había sucedido. Dijo no conocer mi caso, y que si yo lo hubiera buscado él me habría apoyado, siendo que él fue el causante de mi tragedia.

En el Informe Rettig están reconocidos los casos como abusos de poder ejercidos por organismos represivos del estado. Por los míos y por todas las víctimas, tanto huérfanos, viudas, madres, hermanos; seres mutilados; etc. por todos ellos: EXIJO JUSTICIA.

Retomando mi historia en la llegada a Renca y motivada por lo que aquí relato, me integré de inmediato a la iglesia; recuerdo que, me tocó conocer otra realidad diferente, personas muy humildes; sufridas; llenas de necesidades; no menos tristes que nosotros; mucha pobreza; humillación; como creyente que soy, y motivada en el compromiso que mis hijos tuvieron, comencé a trabajar en la iglesia del sector, integrándome a unos talleres de formación que se daban -tanto de tipo eclesial como social, para capacitarme y solidarizar con otros. En esto me fui comprometiendo más y más hasta que pude entregar catequesis familiar y atención a enfermos; siendo un tiempo también encargada de cobrar el 1% para la Iglesia –conocido como “el cobro del Calis”.
Aprendíamos harto en los talleres. En lo social, asistí a los talleres para dirigentes poblacionales y recibí capacitación en DD.HH. También nos especializamos en artesanía; tejidos; se formaron cooperativas “Comprando Juntos”; ollas comunes; apoyamos colonias urbanas para niños, etc. En nuestros encuentros se compartían las necesidades y problemas y se combatían con dinámicas grupales; dramatización teatral; analizábamos como actuar en los casos de persecución de la que éramos objeto y que era ejercida con mucha violencia, por la dictadura militar contra nuestro pueblo. Y analizábamos porqué sucedía todo esto.

Con nuestro propio esfuerzo y apoyadas por la Vicaría Norte y por una organización llamada Missio nos ayudábamos con la mercadería y con ropa y hacíamos beneficios para juntar dinero para comprar materiales para los talleres. Con lo poquito que nos quedaba de excedente compartíamos canastas familiares entre los integrantes del taller o se usaba el dinero para sacar de apuro en casos apremiantes. Para mí fue muy saludable, todo esto, porque me sentía útil; acogiendo todas las ideas de las integrantes, le salíamos al paso a las necesidades más apremiantes.
Así como creyente participé en talleres como “Profundizando en la Fe”, ampliados, jornadas, “Servicio al hermano”, misiones, etc.; diversos servicios de la Iglesia. En el año 1982 motivada por tantas situaciones de necesidad y violencia que veíamos, formamos un grupo de personas: El Comité de Defensa por La Vida. Este comité nació entre el quehacer de los talleres, la actividad de la iglesia, y la defensa ante los atropellos por las violaciones a los DD.HH, sobre todo por la violencia y las muertes que ocasionaban los militares contra los pobladores durante las jornadas de protesta nacional; solidarizábamos con personas perseguidas; ampliando así nuestra mirada; apoyábamos denuncias por violaciones a los DD.HH.; visitábamos a los presos políticos; acompañábamos funerales de personas caídos en las protestas; denunciábamos allanamientos; y nos movilizábamos. También hacíamos jornadas de información y formación en los Derechos Humanos –tan atropellados; las que fueron muy importantes para aprender a defender nuestros derechos y conocer lo que es la participación activa en la solución de los problemas; en la reflexión de vida y en el cuestionamiento diario de los abusos de los que éramos objetos; aprendimos a ser creativos y a hacer conciencia, por ejemplo, de la situación de la mujer -anulada por los maltratos recibidos, sometida, en lo personal; a veces sin trabajo. También sacábamos un boletín quincenal que se distribuía en el colegio de El Perejil -donde estudiaba mi nieto y donde me desempeñé en la directiva del curso y en el centro de apoderados; trabajé en el apoyo a niños en extrema pobreza y en peligro de caer en las drogas; apoyando colonias urbanas y festejos de navidad; en ocasiones facilité mi domicilio para convivencias de fin de año, ya fuera del colegio, de familiares de ejecutados políticos o de Iglesia -particularmente el año del terremoto de 1985. Trabajé en organizar los recordatorios en memoria de mi familia asesinada, tanto como en otras actividades de DD.HH. así como movilizaciones pacíficas y marchas, por ejemplo, hacia el patio 29 del Cementerio General o en los aniversarios para el Día Internacional de La Mujer en que se recordaba especialmente a las mujeres Asesinadas; y así tantos otros actos.

También recibí extranjeros en mi casa, que nos visitaban porque les interesaba conocer nuestra realidad y las crueldades que se vivían en Chile bajo la dictadura.

Quiero aprovechar estas líneas para expresar mi gratitud a todas las personas que nos acompañaron en esos momentos de sufrimiento, por las violaciones a los Derechos Humanos y continúan aún en ese caminar.
A mí me sirvió para crecer como persona, y recuperar mi dignidad. Considero que aporté en todo lo que me fue posible, y lo hice siempre en homenaje a mi familia y a todas las valiosas vidas violadas y mutiladas, que con su esfuerzo nos dieron fuerzas y empuje para continuar.
Para ellos HONOR Y GLORIA por siempre. Ellos no morirán ¡jamás!.
Gracias.
Ofelia Moreno vda. de Gallardo.

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